El mundo no es como lo pintan- AVANCE DEL LIBRO.

Por Carlos Eduardo Llano Jaimes


La sensación más agradable, una que supera al más placentero orgasmo, es la de  sentir y reaccionar de forma contraria a como el común de la gente esperaría. ¿Alguna vez lo han intentado? Inténtenlo y verán lo que se siente. Claro que para que esto de resultado el sentimiento debe ser auténtico, no debe ser fingido. ¿Has notado alguna vez la reacción de una persona cuando recibe algo que no espera? Es decir, se espera una burla, una bofetada o un insulto trifásicamente medido a fin de causar el mayor daño posible y al estilo de las grandes telenovelas, y lo que se recibe es algo realmente inesperado, nada más y nada menos que un elogio, y lo que es peor, un elogio auténtico. Si quien te quiere te dice algo bueno, es verdad; y si quien no te quiere te dice algo malo es mentira.  Dicen que el mayor poder terrenal y celestial se encuentra en las iglesias; pero no, yo digo que el máximo poder se encuentra en los elogios; pero en los elogios verdaderos, no en aquellos que sólo son lambisconería. No hay mayor placer que dignificar al otro, que mirarle con dignidad y respeto. Recuerdo que yo era muy bruto para el inglés; querían que aprendiera un lenguaje que no era el mío propio. La única frase que sabía era "boy". Y no era que no pudiera aprender más palabras; es que el ánimo lo tenía por los suelos. Cuando llegaba a ciertos lugares y decía: "hello, ¿is anybody here?", nadie me respondía; no entendían nada de lo que decía. ¿Entonces para qué diablos me querían enseñar un lenguaje que nadie entiende? Hoy en día las cosas no han cambiado mucho: quieren que entienda cosas que no entiendo, y que desentienda cosas que si entiendo. Soy zurdo y quieren que escriba con la mano derecha. ¿Entonces para que infiernos me dieron la mano izquierda si no puedo usarla? Si, por aquellos días la gente estaba realmente mal. No obstante,  un día mi profesor de inglés se me acerca y me dice: "Carlitos; ojalá todo el mundo fuera tan bueno para el inglés como tú lo eres". Yo me quedé atónito; miraba a mi alrededor y no había nadie más; yo pensé que el profesor se había vuelto visco y a quien realmente miraba era a otro, pero era realmente a  mí a quien miraba.

—Sí, Carlitos; ojalá todo el mundo fuera tan bueno para el inglés como vos. A partir de ese momento comencé entonces a entender lo ininteligible, a comprender lo incomprensible, y a escribir con la mano izquierda. El mundo de todas formas era entonces un caos, y visiones apocalípticas eran contempladas desde el más acá por los adivinos y futuristas que se agolpaban, junto con los mendigos de oficio en las esquinas y en las subidas y bajadas de los puentes peatonales en busca de incautos  a quien devorar. Hacían lo que fuera con tal de no trabajar; según ellos no había personas más desamparadas y sufridas que ellos. Y lo pregonaban a los cuatro vientos. Suplicaban que les comprarán unos dulces y decían que eso era trabajo. Quien suplica para que le compren no está trabajando, está mendigando. O se tiraban en las calles esperando que la gente les arrojará un mendrugo. La dignidad y el respeto humano de aquellos estaba por el suelo. Vivian a punta de mentiras. Sin embargo el noble y trabajador pueblo colombiano no se iba a dejar contaminar. Ellos eran el aparato productivo de la nación, un pueblo que siempre se había esforzado por estudiar y trabajar aún a costa de la corrupción campante. No íbamos a convertirnos de la noche a la mañana en un país de llorones y de harapos. Cuando el colombiano emigra por necesidad, empieza de ceros, con humildad va ascendiendo y nunca se le ocurriría gritar que duerme a la intemperie, que lleva dos días sin comer y que sus hijos están enfermos  y carecen de atención médica. Todas estas mentiras eran proclamadas a fin de hacer lo que fuera con tal de no trabajar.  

Sí, el mundo era un caos y se estaban dando en algunas instancias las tan esperadas señales del fin de los tiempos. Ni los mendigos ni los ladrones eran como antes, antes se metían a la casa de uno y robaban lo que tenían a la mano; los mendigos de aquellas épocas no tenían inmensas fortunas, ni celular de última generación, ni carro último modelo; es decir, un mendigo era un méndigo de verdad: olía a feo, nunca se cambiaba de ropa, nunca se peinaba, y su cabellera era un nido de piojos e inmundicia. En cambio los mendigos hoy día andan limpios y pulcros. Las cosas ya no son como antes. Obtener para la comida, el arriendo y servicios sin tener que trabajar, —a costa del sudor de los demás— es el sueño  también  de los economistas, y pareciera que estos mendigos de última generación lo estaban consiguiendo. Algunos tenían más dinero que quienes trabajaban y, y como consecuencia, una cínica sonrisa burlona y un caminado suelto y desprevenido como si le estuvieran diciendo a los demás: tontos, ¿acaso no ven que yo soy el rey del mundo?

Con todo, aquí estábamos, retornando a nuestros añorados fueros; a nuestras raíces natas, netas y brutas. Es que no podría ser de otra manera; sobre todo cuando mi lenguaje nativo sería el español, cuando mi mano derecha sería la izquierda, y cuando comencé a entender que realmente si entendía todo lo que el mundo decía no entendía. Aquella minoría insensible comenzó, por lo dicho, a sumergirse en una profunda angustia existencial; veía caras largas por doquier estuviera, algunas personas me miraban como si yo fuera el culpable de unas aflicciones que ni remotamente me imaginaba que existían. Se fueron los Nasis y llegaron  los comunistas; por decirlo así. Les era una persona insoportable; y lo era porque sencillamente les aterrorizaba que yo llegará a ser la persona que soy; trataban de mil maneras, ocultas o manifiestas, conscientes o inconscientes, de hacerme entender de que de un insignificante cocinero no podría salir nunca  un esquisito platillo. Respecto al origen de  esa actitud tenía varias hipótesis.   Por un tiempo no sabía si era que me hablaban al revés o que mi entendimiento estaba realmente distorsionado. a veces me sentía desconcertado, tanto que una vez entré a la tienda de comestibles y en lugar de decir: deme una bolsa de leche, lo que dije fue: una chele de bolsa deme.  Sí, a veces, literalmente se me cruzaban los cables y esto producía un corto circuito. No aceptaban que si yo no era ni siquiera mi propia mente, pues mucho menos la de los demás. 

Sé que muchos no entienden lo que quiero decir; pero permítanme  explicarles: "El hombre es como el oso, entre más feo más hermoso". Es feo pero hermoso, débil pero fuerte. O sea que uno no es lo que es; uno es la cualidad contraria a la negativa.   Qué maravillosa noticia; no soy todo lo malo que los chismosos dicen que soy, cuando dicen que mi idea es mala es porque, en realidad es buena; cuando dicen que no puedo es porque sí puedo. ¿Y por qué sucede esto? Porque la mayoría de las personas son subjetivas para hablar; piensan y actúan desde su propia visión y percepción. Una visión y percepción distorsionadas porque están basadas en un falso concepto de lo que les rodea. Si no soy mi propia mente con respecto al sentimiento de negativo de las cosas malas que experimento, pues menos que soy la de ellos. Si tengo la mente de Dios, entonces ya no soy mi mente. Están convencidos de que sólo ellos, nadie más que ellos,  y ellos, son los únicos que tienen la razón; y se llega a tal descaro que sin haber leído o estudiado cierto tema creen dominarlo más que los que sí lo hicieron. Cuando se desconoce lo aquí narrado se carga con cargas insoportables, causantes de la depresión, la incredulidad y la demencia. "Cuando te busco te encuentro para mi salvación; y cuando me busco también me encuentro, pero para mí perdición.

En realidad este es un lenguaje que pocos entienden. Escuchaba a los profetas de la era moderna decir que estábamos llegando al final de los tiempos a pesar de que yo les decía  que a La Tierra todavía le quedarían treinta mil millones de años de vida y a El Sol cien veces más. Pero no había forma de hacerles entender. Nunca logré entender que significaba el fin de los tiempos, ¿sería que el reloj se iba a detener, o que La Tierra sería sacudida por otro diluvio universal o algo parecido a pesar de que Dios había prometido que nunca más las lluvias anegarían la tierra?

—Es que acaso eres astrónomo—, me decían.
—Soy algo más que un astrónomo; puedo recorrer distancias siderales que ni los telescopios de los astrónomos alcanzan. —Les contestaba—, pero nunca pude entender el lenguaje apocalíptico. No paraban de hablar. Continuaban hablando aunque permanecieran callados, les salían letreros por todas partes. Era mucho más fácil cruzar una sin fin atestada autopista de alta velocidad que tener una oportunidad de replicar.
¿Cómo sabía yo que decisión tomar? Fácil, había que hacer todo lo contrario al pensar colectivo. Si el mundo decía no, yo decía sí; y viceversa. Cuánto menos creían en mi, tanto más creía yo en mí; no era sino ir en contravia para encontrar el camino correcto ¿Y de donde sacó yo esas conclusiones? Nos convertimos en lo que pensamos durante todo el día. "Si dejamos a la suerte, o a una estación de radio, con sus terrríficas noticias,  lo que pensamos entonces perdemos en gran medida el control de nuestras mentes". Eso significa que o tienen ellos el control o lo tenemos nosotros. "Alcanza proporciones dañinas cuando el radioescucha cree que todas las malas noticias son una reflexión verdadera y justa de lo que está sucediendo en el mundo. No lo son. Éstas se seleccionan deliberadamente para darle interés al programa y para que la gente simple continúe escuchando. Están diseñadas para causar horror, porque las personas horrorizadas son audiencia cautiva y a los publicistas les gusta que sea así" Sencillo, los medios atrapan a la masa; o sea se apoderan de la voluntad de las personas, ellos deciden sus gustos y que ver u oir. "Corre Forest, corre; corre Forest, corre. ¿Y por qué atacan a la voluntad? Porque el uso de la fuerza de voluntad, utilizada a favor y no en contra, es el acceso más directo a la felicidad y a la motivación.

Ellos sí que saben que botón oprimir para que la masa se despeñe.  Por fortuna desconocían que yo también sabía que botón debía oprimir o que cable cortar.  Mi destino y mi camino lo hacen las cosas que me gustan y me inspiran; no las que gustan e inspira a los medios. Dirijo mi vida porque así siempre tengo motivación. Eso sí: hay que hacer todo en el momento, no dejarlo para el futuro o para aquel momento de inspiración que nunca llegará sí nunca se actúa. La transpiración casi siempre precede a la inspiración. El 90% del tiempo estoy transpirado y tan sólo el 10% inspirado; sin embargo una inspiración debidamente acometida valen más que 100 transpiraciones; lo que quiero decir es que una inspiración tiene que pasar primero por 99 buenas y productivas transpiraciones. ¿Y que motiva las transpiraciones? La voluntad; al igual que lo hace un atleta en los entrenamientos: 99 entrenamientos, y una victoria oficial.
Decían también que toda época pasada fue mejor, que antes los hijos respetaban a los padres y a los mayores, y que nadie miraba desde afuera a través de las ventanas aunque un bello y asequible cuerpo desnudo se mostrara en primer plano.  Pensaban que los 70 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial y otros tantos de la primera fue una fábula;  que los 500 años de esclavitud que los europeos impusieron en América con todo el horror que algo tan abominable como esto conlleva fue sólo un asunto mercantilista;  y que otros tantos siglos de inquisición fueron sólo incidencias o equivocaciones del pasado que han quedado en el pasado. Sí; definitivamente toda época pasada fue mejor.

Reconozco que también me sentía confundido porque, y ante las miradas de bicho raro que por doquier me hallare me dirigían, llegué a pensar que qué tal que no fuera ese bicho raro, cosa que me produciría gran desilusión. Y es que yo ya me había convencido de que no pertenecía a la raza humana aunque en algo me asemejara a ella; mi comportamiento no era el típico de esta especie; me asemeja más a un ave que a una persona; particularmente a un colibrí o a un loro. Alguien una vez me dijo que yo era un ente; o sea un ser que sólo es y está. El pobre ser que así me juzgó debió estar bien desesperado. La leyenda dice que cuando un colibrí entra en casa, el alma se desprende y vuela a ocultarse en una flor a la espera de un mágico ser que le guíe amorosamente al Paraíso. Me gusta silbar como un loro; ¿no han notado la ironía del loro?  Su capacidad craneal y plumas multicolores lo hace más inteligente y vistoso que las demás aves.  

Pareciera que el pajarraco le estuviera mamando gallo a todo el que pasa,  repite como lora parlanchina todo lo que escucha; y tal vez como un recordatorio de todas las tonterías que dicen otros bípedos.  Su  silbido es sarcástico y burlón: aquel se queja de esto, aquella de lo otro, y siempre lo mismo, cuando no es una cosa es la otra, y cuando no existe un motivo se lo inventan. Sufren y desvelan por todo, y todo esto lo escucha la lora; sufren porque  el carro tiene un microscópico rayón; o porque una inocente y juguetona pelota se topó con un vidrio irrompible; o porque vió en el piso la microscópica borona de una rica galleta; o por el pobre de  Federico, protagonista de la telenovela de las cuatro de la tarde.  Se deprimen hasta cuando despega un avión de carga. Y la lora es la única que disfruta del espectáculo.
Observa también que se preocupan por cosas que nunca van a suceder.  Albert Einstein decía que existen dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Con razón estos grandes genios solo se sentían bien consigo mismos.  Las agencias de seguros la tienen clara; las personas pagan fortunas para mantener seguro el valor de sus pertenencias; aquellas andan paranoicas; ven incendios y terremotos por todas partes.  Lo que los abate no son tanto las realidades sino los fantasmas que anidan en ellos; preocupándose más por lo que imaginan que por lo que les pasa.  A mí también me pasa lo mismo, pero al revés: prefiero ver fantasmas optimistas y alegres como Gasparín o como aquellos que le enseñaron a vivir la vida a  míster Krueger.  Y en lugar de andar preocupado por las cosas malas que nunca van a suceder,  más bien prefiero trabajar cada día por las cosas buenas que si van a  suceder; perseguir con todo y contra todo los sueños. Creo en la vida sobreabundante que Dios promete y punto.  No puedo evitar andar en contra vía de aquellas tendencias tan nocivas para el alma, el cuerpo y el espíritu. Creo en lo que muchos no creen, canto lo que los muchos no cantan; leo lo que muchos no leen; continuo donde muchos han resignado; y cargo mi máquina de escribir en un bus atestado de personas, porque cada uno una tiene muchas cosas que contar; y yo les escucho y les entiendo aunque no me crean ni se den cuenta.  

—A que este año se me incendia la casa, si es que un terremoto no me la destruye —pareciera decirle el cliente al agente de la  aseguradora.
—A qué  ni se te cae ni se te incendia —pareciera replicarle el agente con su sonrisa burlona hábilmente escondida. Si quieres apostemos un millón de pesos.
—Vale.
Y la apuesta se repite año tras año; y la aseguradora, en un 99,99% de los casos, saldrá ganadora con un porcentaje que es la envidia de cualquier casino.  
Todo en esta vida tiene un por qué. Nada sucede por casualidad. Claro que es necesario ser consciente de esa realidad para poder beneficiarse de ella. Para el montón, la vida es algo que transcurre en forma rutinaria, casi todos están encerrados en sí mismos, en sus caparazones. Estoy en un bus o miro a quienes conducen autos y todos miran no sé qué, su atención está en no sé qué. Siempre lo mismo: haciendo las mismas cosas, escuchando la misma música y una atrevida indiferencia hacia todo y todos los demás.
Las personas se deprimen porque se encierran sobre sí mismas. Cada una está convencida de que no hay problema mayor que el suyo, nadie sufre más que ellos. Pero yo tengo la fórmula para alejar la depresión: hacer lo que hay que hacer aunque no se tengan ganas, aunque lo consideremos inútil, aunque creamos que las cosas no van a cambiar, aunque se rían de uno,  y aunque ni la vida misma de lo pida. —Eso es lo que se llama, un rebelde sin causa. Pero estos son los más peligrosos—.  Es decir, uno domina el miedo y la apatía y no al revés. Hacer lo que hay que hacer aunque no se esté inspirado, lo cual es casi nunca. Cuando hago lo que hay que hacer duro deprimido una hora —o sea en la antesala de la acción—; y cuando no hago lo que hay que hacer duro deprimido 23 horas.
La otra vez me di cuenta de que Dios es más yo que yo mismo; y que definitivamente yo soy todo menos lo que creí que yo era.  Y si no soy lo que yo pensé que era, pues menos soy lo que los demás piensan que soy. Dicho de otra manera: yo no soy ni mis miedos, ni mis depresiones, ni mis ansiedades; ni siquiera soy mis anhelos.  Observo a una señora vendiendo arepas en la calle, a un señor jugo de naranja, y a una pareja desayunos, entre muchos vendedores ambulantes más; y ninguno se nota deprimido a pesar de las inclemencias del tiempo y de la vida; y que no obstante sus cuitas son superiores a los auto llamados grandes sufridos. Ellos no son la pobreza que creen tener y menos la que los demás pretenden que tienen. Eso se llama estar por encima del bien y del mal. La capacidad de  hacer riqueza vale más que el dinero mismo. 

Por estos días los estudiantes marchan por diferentes partes de la ciudad en protesta por la corrupción e injusticias siempre campantes.  Todos los días salen, gritan y chillan. Pero no hacen más. Su clamor es como el sonido de un gran sismo que resuena en todos los lugares, pero que no tumba nada. En verdad se requiere de voluntad y entereza para participar en esas manifestaciones de protesta; el problema es que ni siquiera saben porque están protestando.

Y les voy a decir por qué. Hace poco más de un año el gobierno realizó una consulta popular para tomar medidas contra la siempre existente corrupción e injusticia. Sólo tenían que inscribir la cédula a pocas cuadras de su residencia para poder votar cómoda y tranquilamente a favor de la consulta. Pero no; aquellos llorones y gritones se quedaron aquel  día en su cuarto, ya sea durmiendo, masturbándose o tirándose pedos en cada vote —la puerta gira en sus goznes y el perezoso en la cama—; y ahora se quejan, gritan y lloran como si fueran mártires y víctimas de un estado fallido. Aquel día tan sólo tenían que caminar pocas cuadras, votar y listo. Pero no, no lo hicieron. Qué imbéciles. Pues quien bien tiene y mal escoge pues  que no se queje después; pero quien les dice eso, si de quejas y críticas sólo saben. La consulta no pasó porque los nenes estaban cansaditos y tenían que descansar. Vergüenza debía darles, que falta de amor a la patria. Por eso las famosas marchas no tienen sentido; no tienen arraigo, es sólo una moda. Cuando se les mostró la brecha a seguir no la siguieron; y cuando aparece cualquier resentido peludo y con cara de revolucionario que no se ha bañado en semanas le siguen con algo más que admiración e idolatría.
No sé por qué a mí me tocado relacionarme con los más imbéciles. Siempre me lo he preguntado. Bueno, no es que yo me haya relacionado con ellos, más bien son ellos los que han venido a mí con el cariño que un depredador tiene por su presa. Toda mi vida ha sido así. No se imaginan el tamaño de imbéciles con que me he topado. Una vez un jefe mío me dijo que si no tenía nada que hacer que no hiciera nada; pero que, por favor, no estudiara.  Imagínense no quería que yo estudiara sino que me quedara ahí sentado sin hacer nada, cruzado de brazos o deambulando de aquí para allá como un zombi. Es que jefe es jefe aunque mande mal —dicen. ¡Sin comentarios! ¡Plop!
En realidad siempre había creído que entre los ignorantes los más ignorantes eran los que rinden honores a los más ignorantes que son casi siempre los que más se ufanan de no serlo. Para ellos yo no debería estar escribiendo estas líneas porque no soy ni escritor y ni mucho menos sabio y entendido. Cada uno tiene sus trucos —y yo no soy la excepción—; sobre todo cuando  alguien que no tiene talento de escritor le da dizque por escribir —qué atrevido— y profanar los rígidos e improfanables estilos literarios impuestos por los grandes literatos que en toda su vida no han escrito ni una cuarta.
Do not disturb, genious thinking. I say to them.
Yo no tengo tiempo ni ganas de ir a la universidad; a mí no me jodan con eso. Yo hago parte de los brutos. Es más fácil y práctico comprarse el libro o el curso completo y leerlo o estudiarlo por  cuenta propia, tiempo y ritmo. No se imaginan todo lo que he aprendido de los libros. Están en todas partes: en las librerías, en las bibliotecas, en las cadenas urbanas  ambulantes: ¡Agáchense!,  todo a mil. Los hay de todos los precios. Best sellers por mil pesos y encima te enciman El calendario de la felicidad.   ¿Quién dijo que sólo en las universidades yace el conocimiento? Pues yo conozco universitarios que salen más brutos que cuando entraron, universitarios que estudiaron, por ejemplo, Administración de Empresas, pero que les queda grande hasta la venta de agua helada  en un desierto poblado.
Hay quienes me dicen que es muy importante conocer personas. —Desde luego, se refieren sólo a las de sus exclusivas simpatías—.  No es que yo me mueva en contravía de la humanidad, o que sea un rebelde sin causa; pero para qué diablos quiero conocer semejantes especímenes que no hacen sino lloriquear por todo. En serio, es que nada me van a enseñar y sí que van a hacer todo lo posible por dejarme más seco que un pescado salado. Por ellos, lo siento mucho, y tengo fe de que lo van a superar algún día; pero es que yo no tengo la culpa de ser tan irresistible; yo no me creé. No tengo la culpa de ser más bonito que todas las reinas de belleza juntas, incluso más lindo y más grande que Mohamad Alí; ni de ser más millonario que todos los magnates juntos, y más sabio que todos los genios juntos. Estoy enamorado de mí; y por qué diablos no iba a hacerlo si eso es bueno para la salud y me hace sentir bien. "Y tendreis vida, y vida en abundancia". O le doy gusto a Dios o le doy gusto al Diablo. Nunca me perderé del privilegio de mi presencia, y yo no tengo la culpa que tantos sean tan tontos como para que quieran perderse no sólo la mía sino la de ellos mismos.  Algunos estarán tan escandalizados que quisieran cerrar el libro, pero no creo que puedan. Además este libro lo escribo para los que quieran leerlo, no para los que no lo quieran hacer. No hay solidaridad cuando esperando que a alguien le vayan mal le va bien; sólo la hay cuando esperando que a alguien le vaya bien, le va bien.  Dirán algunos que soy arrogante; no señores, soy orgulloso, amable y gentil conmigo mismo para así poder serlo con los demás. Arrogancia es una cosa y autoestima es otra. De manera que no intenten meterme los dedos en la boca. Dirán también que lo que soy es un santo; sí señoras y señores, lo soy; y cuando me vaya al cielo lo haré directo y sin paradas. Vía express.
—Ah, Carlitos, es que uno tiene que casarse para ser feliz y hacer feliz a alguien. Uno no puede quedase sólo en la vida. Y denle pues. ¿Y por qué se imaginan que estoy o me siento sólo? Para nada; yo soy mi perfecta compañía. Una vez un viejo conocido se me acerca y me dice: "Carlitos, cásese que usted no merece vivir mejor que yo.  ¿Por qué les cuenta tanto el aceptar que yo soy una persona feliz y dichosa?  ¿El más viril, gentil y cortés de todos los machos dominantes; aquel que puede hacer el amor con todas las mujeres del mundo en un perpetuo orgasmo?
¿Sí ven? y denle con esas. Quién me habló  se llama Diana; yo la llamo Dianita y ella me llama Carlitos. De seguro se casó para darme celos porque al cabo de unos pocos meses se separó y de nuevo quedó feliz y dichosa. Si la sabiduría no se encuentra en la universidad, y la felicidad no se encuentra en  el matrimonio, entonces ¿por qué insisten tanto en que es allí donde se encuentra? ¿Y por qué digo que no son felices o poco felices? Porque están creando sus días no con el poder que tienen sus mentes, sino por el poder del mundo que los rodea.
Se me acerca alguien un poco cansino y pesaroso, y de seguro  pensando que yo no tengo nada más que hacer que escuchar a sus gemidos: "Carlitos es que usted no tiene hijos; usted vive tranquilo porque no tiene responsabilidades. "Por eso es que se ve tranquiloy no le preocupa nada. Además yo ya estoy viejo, tengo cuarenta años —cortés y elegante forma de decirme que yo ya caduqué hace rato.
—Pero yo conozco personas que tienen hijos y les va bien. —Le replico en un tono de como  quien no quiere la cosa.  
—No, si claro, pero  lo que quiero decir es que usted no tiene las responsabilidades que tengo yo.
—Yo conozco gente sin hijos que tiene responsabilidades; Estas son incluso, aunque usted no lo crea,  superiores a las de los desafortunados padres de familia de los que hace usted mención. Conozco familias que no tienen hijos y son el sostén de muchos que anidan en sus ramas.
—Sí, claro, lo que quiero decir es que como usted no tiene hijos su vida es más tranquila, no tiene motivos por los cuales preocuparse.
Sin comentarios.
De seguro que aquel personaje estaría esperando que yo me sintiera mal como prueba de que soy una buena persona, como señal de ser alguien responsable que no daña a nadie; realista y consciente de que realmente me muevo dentro de lo que  verdaderamente siempre se debe valorar: el gran sufrimiento de los dolientes que no nacieron para ser felices en este valle de lágrimas.
En verdad esas personas lo que estaban era temerosas y celosas; la imagen de mi persona o mi presencia la veían como una condenación de sus falencias o faltas de motivación. Intentaban, como vemos y de las formas más sutiles, que regresara al fondo de la fosa, —lugar de donde nunca debía haber salido. Claro que yo nunca estuve en ninguna fosa, pero quien les quitaba eso de la cabeza—. Siempre anduve más alerta de lo que ellos llegaran a imaginarse, con un paso siempre adelante; subía tres peldaños y bajaba uno o dos: a la larga había ascenso, con pasos lentos pero firmes. Humilde como las palomas y astuto como las serpientes. ¿Y en qué momentos sentía que había descendido uno o dos peldaños? Principalmente cuando tenía una conversación con ellos, el cinismo y un fatalismo ligeramente depresivo parecía apoderarse de la conversación. En esos momentos —sólo en esos momentos—, las ideas nuevas y el humor se habrían esfumado. “Corre Forest, corre Forest, corre Forest”.  Y Forest corría tan rápido como podía hasta desaparecer por completo de sus vistas.
En este extraño lenguaje tenía que vivir a diario. Se ponían a llorar cada vez que me veían y en especial cuando se dieron cuenta de que todo lo malo que ellos pensaban me iba a suceder, no sucedió, y no iba a suceder.  Y no solo no pasó nada, la cosa tuvo un desenlace mejor de lo previsto. Todos estos sucesos y otros tantos de mi vida los entristecía mucho. Como dice mi mamá: "quien bien anda, bien desanda". “Corre Forest corre, corre Forest corre”.
Ay don Carlos, ay, yayay, yayay, yayay. Estoy muy cansado don Carlos. Ya desde la distancia se podían escuchar sus gritos, lloros y gemidos de mí amigo que se acercaba. Estaba muy, pero muy especialmente interesado en saber cómo iba mi precaria situación financiera y cómo había sido el desenlace de unos eventos desafortunados que podían, para regodeo y regocijo de él y otros tantos de la misma especie, afectar mi estabilidad emocional. Nunca supe cómo se las arreglaban para saber más cosas de mí que yo mismo.  Aquel día lo noté más más alicaído de lo normal, sobre todo después de haberle comentado el feliz desenlace de mis “desventuras y aflicciones”, incluido el porrazo que mi querida madre había sufrido hacía algunos días en el baño, y que a pesar de la edad el médico estaba aterrado de que con tremendo golpe no haya sufrido una fractura sino más bien algunas contusiones un poco dolorosas y molestas, pero para nada graves.  En realidad mi amigo estuvo a punto de sufrir un síncope: con mucho menos, personas cercanas a él habían sufrido más con caídas insignificantes.  Se notaba entonces que las buenas noticias de mi persona le habían afectado seriamente; en especial cuando se dio cuenta de que La Gracia nunca me abandonaría por más fuertes que fueran los vientos. Notó que las cosas se me iban a solucionar como por arte de magia a lo largo de toda mi existencia: en La Tierra y en La Eternidad; esto realmente era algo terrible para algunos terrícolas y no terrícolas. Era como estar hechizado; pasaban  cosas buenas en lugar de malas. Era torear al ritmo de un bello pasodoble, pero en lugar de un bello y noble toro que no merece morir de forma tan cruel y vergonzosa, lo que se toreaba era la vida.  Observemos algunas de estas danzas y contradanzas.
Ante todo hay que ser originales y creativos. Se debe reaccionar de forma diferente al común sentir. O sea, dejar actuar a La Gracia.
–Carlitos, quisiera contratarte para que me hagas el sitio web de mi empresa. Quiero que los interesados puedan comprar los productos por La Internet.
—Con mucho gusto mi querido amigo. Lo que quieres es que puedan comprar por La Internet, que puedan comprar y encontrarte fácilmente por la web. Yo sé cómo hacer para que te visiten y para darle relevancia a tu sitio, y que no te jodas tanto vendiendo y consiguiendo clientes. Es que casi todo lo que tocaba Carlos lo convertía en oro.  
Y era verdad, todo era verdad. Tan cierto como que convertía en oro todo lo que a mis manos venía. El éxito estaba asegurado.









—A ver señor; escoge una carta. —Como para completar la faena, quien no quiere caldo le dan dos tazas. ¿Será que en verdad tengo cara de idiota?
—No señor gracias. —Le contesto.
—Vamos hombre, escoge una. ¿Es que acaso no quieres ver lo que el futuro te va a  deparar?
–No señor, no me interesa para nada saber lo que el futuro me depara. ¿Qué van a saber unos pedazos de cartón sobre mi futuro, no me vengas a mí con esas pendejadas.
—Bueno, pero de todas maneras veamos que carta es la que va a salir, yo la echaré por voz.
–Por favor, le ruego, déjeme en paz. No sea abusivo que ni te he llamado, ni te conozco ni te necesito. A otro con sus guevonadas.
—Ahí te va la carta; vamos a ver cuál te sale. Ah, la muerte. ¿Ves ese esqueleto con una hoz? Pues mi querido amigo, es la muerte. Te vas a morir.
En ese momento sintió que alguien muy querido no se sentía nada bien. Pensaba que aquella persona tenía una bomba en el estómago a punto de explotar; es decir estaba invadida por  una sensación de inutilidad, impaciencia, tristeza, frustración y vértigo. Algo peor que un cáncer invasivo. Era la misma muerte en vida. Pobre creatura.
Pero de momento dejemos esto a un lado porque la pregunta que cabe hacerse es: ¿quién es aquel personaje siniestro que se cree dueño de la vida y del destino de los demás mediante el lanzar al azar unas cartas del Tarot? Una cosa estaba clara: estos tipos de personas nunca tienen buenas intenciones.
Y por qué alguien tendría que imaginarse lo peor sólo porque alguien se lo diga o lo insinúe. ¿Será que estamos todo el tiempo acechados por aves de mal agüero a fin de entorpecer las misiones de las personas de buena voluntad? En brujas yo no creo pero de que existen, existen; pero, desde luego, solo en la mente de las personas que permiten que los fantasmas aniden  en sus mentes. A no ser que sean nuestros queridos amigos Gasparín y míster Krueger.
Cuando cayó en cuenta de que los presentimientos no son más que meras sensiblerías, de que nadie puede adivinar lo que va a pasar —aunque algunos aseguren que sí— entonces se convenció de que todo lo malo que había pasado por su mente era mentira, vanos los temores que lo espantaba. En realidad la muerte física es lo único que se puede predecir, pero sin hora ni fecha en el calendario. Sin embargo, por todas partes estaban quienes querían convencerlo de lo contrario: —cada uno tiene su destino señalado. —Qué atrevidos—.  Ante esto no hay nada que hacer. —Afirman—. Definitivamente el hombre es presa de su implacable destino; cuando vino al mundo quedó atrapado en el cepo.
No me digan que no estoy sumergido en un mundo lleno de imbéciles.
Y peores cosas veréis y escucharéis Carlitos —le decía su fuero interno. Todos los intentos por atraparle resultarían a la postre inútiles, con cualquier otro hubieran podido funcionar, pero con Carlitos la cosa era diferente. Podrían ponerle zancadillas, trampas; tratar de arruinarlo, y aunque en un comienzo se podría haber pensado que lo lograrían, al final verían que no. Siempre el río retomaría su cauce y el rumbo normales.  Los que van a vivir os saludan.
Pues resulta que a la larga al adivino le salió el tiro por la culata. Nunca habría imaginado que la tal carta sí que tenía poderes sobrenaturales; es que ni el mismo creía en sus supersticiones; y la sorpresa que tuvo y que ya narraré fue tan grande que estuvo a punto de sufrir un síncope crónico. Los sucesos predichos sufrieron un desenlace completamente inesperado.  Para cualquier mente simple el significado de la muerte es uno sólo. Aquí fue donde comenzó la fiesta y lo bueno.
CONTINUARÁ ...

Comentarios

mario ha dicho que…
No solo divertido, sino fascinante la narrativa. Corre Forest, corre!

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