Un viaje en transmilenio

El gran bus rojo llega, se detiene y abre sus puertas para que entremos. Algunas personas, en especial los más  jóvenes, quieren viajar sentados para escuchar tranquilamente su música; por lo que no sólo trancan con el brazo el ingreso de gente que está detrás, sino que se adelantan a otros con el propósito de ganarles o quitarles una silla. Un señor de mucho kilometraje se mueve perplejo mirando aquí y allá en procura  de una inútil vacante.

Dentro del bus, y de todas las edades, están quienes sufren de flojera crónica; damas que no queriendo viajar de pie lanzan miradas desdeñosas contra los ya extinguidos caballeros que definitivamente están decididos a no dejarsen incomodar.
- Excúseme señor, me podria ceder su puesto. Le dice desdeñosa y mojigátamente una joven señora en apariencia saludable pero un poco pasada en kilogramos. El señor la mira y le contesta: -lo siento señora pero este puesto lo tengo reservado.
-Y a quien si se puede saber. Le pregunta ella.
-Está reservado para alguien que lo necesite
-Pero yo tengo que viajar sentada. 
-Estoy seguro de que usted sobrevivirá a este viaje de pie; además, no creo que usted daría su puesto a alguien que de pronto lo requiriera
La señora miraba para todos lados en busca de miradas solidarias, pero no encontró ninguna. Al contrario, se podía adivinar en las expresiones de algunos el gozo plácido y la satisfaccción de ánimo como queriendo decir: Y quien se cree esta señora, ¿la dueña de Transmilenio?

Al cabo de dos minutos entra una joven mujer con un niño en brazos. Lo que más me llamó la atención fue que ella, requiriendo de una silla, no decía nada; esperaba que otra persona fuese su vocera o que alguien por iniciativa le cediera la suya. Una señora grita: -una silla azul para una señora con un niño. Y sólo se escuchó la voz atenta de un señor que desde el fondo respondió, si señora, con mucho gusto, aquí le tenía guardado su puesto.

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